29 de enero de 2007

Un Poco de Historia Rojinegra

Hoy: Parrilla de Papitinho.

Corrían la segunda mitad de los dorados Años 90 cuando el grueso del grupo que compone el plantel actual de Toco y me Voy iba al Colegio San Francisco de Sales. Estos revoltosos muchachos repartían su tiempo entre el futbol, las mujeres (pocas, como siempre) y las salidas nocturnas (abundantes, como hasta hoy). Imposible olvidar aquellos momentos, en donde, el plantel concurría asiduamente a la boite "La Embajada" en busca de diversión y compañía femenina, algo que en muy contados casos se conseguía. Pero sin dudas, unos de los íconos del comienzo de esta institución se dió en una parrilla situada en Hipólito Yrigoyen al 3700. Cuenta la leyenda que en una fresca tarde de invierno volviendo del colegio, Pablo Dorsi y Guillermo Gambera fueron los pioneros y descubrieron ese lugar, que tiempo despues agasajaría todos los viernes al grueso del entorno rojinegro. Ese día Dorsi y Gambera, ni lerdos ni perezosos, apuntaron a la parrilla con el objetivo de saciar su hambre. Documentos históricos revelan que ambos consumieron un morcipan y pusieron a hablar energicamente con el propietario de la parrila, cuyo nombre era Juan Carlos. Este señor, entrado en cincuenta años y con aspecto amanerado, resultó feliz de recibir a estos nuevos clientes y le llamó la atención que el más grande de los Dorsi comía el morcipan con los guantes mágicos de invierno puesto. Esto despertó la simpatía de Juan Carlos quién decidió apadrinar a este grupo de incipientes muchachos, denominando a cada uno de ellos con el nombre de "Papi". Prontamente, el grueso del grupo comenzó a concurrir asiduamente a la Parrilla. Eran un clásico los viernes, luego del colegio y antes del bendito ateneo, ir a desgustar diversas carnes y embutidos a la Parrilla de Papitinho, como se comenzó a llamar al establecimiento gastronómico. Vacío, Asado, Morcilla (una debilidad de varios integrantes de la plantilla) y chorizos eran los cortes que mas se pedían, mientras tanto se charlaba de la vida con Juan Carlos. Paralelamente, y aprovechando que la parrilla era paso obligatorio para su casa, Gambera y Santiago Gomez (quien tambien pasaba asiduamente por la parrilla debido a que tomaba el colectivo por ahi) fueron afianzando más y más la afinidad lograda. Se comenta que tanto Guillermo como Santiago pasaban por la puerta de lo de "Papi" y les robaban algunos panificados para consumo personal. Sin embargo, como toda relación, la situación había comenzado a desgastarse. El efecto tequila, la caída de la Bolsa de Sao Pablo y el agotamiento del modelo de la convertabilidad, hizo que Papitinho tenga que aumentar los precios para que su negocio siga siendo rentable. Esto produjo un gran descontento entre el grupo, el cual quedó fraccionado: la banda de la "linea dura" (liderada por Gambera y Gomez) seguían concurriendo a la Parrilla, debido al cariño que tenían por Juan Carlos, mientras que otra banda (alineada con el progreso del capitalismo y la industrialización) dejaron de lado a Papitinho y comenzaron a irse para el lado de Rivadavia, para consumir los productos globalizados de McDonalds y Burger King. Pero, hubo un día D en la relación entre Papitinho y los pibes. Un viernes Fatídico. En la antesala del ateneo, mientras los integrantes de la "linea dura" desgustaban un rico pedazo de carne y varios embutidos, Juan Carlos tuvo la pésima idea de presentar a su hija. Seguramente, "Papi" vio en Santiago Gomez el hombre indicado para proseguir con sus negocios, dado que él estaba viejo y desgastado. Para ello, Juan no tuvo mejor idea que intentar forzar un encuentro cercano entre Santiago y su hija con una frase que quedará en la historia: "Santiaguito, Santiaguito, dale un beso de lengua a mi hija". Esta situación puso incomodo a Gomez (hay que tener en cuenta que la hija de papi era gorda y a lo sumo tenía dos dientes) y Gambera se solidarizó con su amigo y retiró a la "linea dura" de la Parrilla. Algo se había quebrado. Prontamente, Juan Carlos, al perder a sus principales clientes, entró en un fuerte estado de depresión. Los viernes en la tarde ya no eran lo mismo para él: esos purretes a los que cuidaba como a los pedazos de carne de su parrilla, se habían ido, atraídos por la oferta capitalista. Ya no había alegría juvenil en su establecimiento y él decidió dar un paso al costado. Un gordo pelado y con rollos en la nuca lo sucedió en el poder de la parrilla, y hasta intentó tener un acercamiento con la gente de la "linea dura", pero no hubo caso. Hoy, la Parrilla sigue funcionando en el mismo lugar que antes alojando inmigrantes peruanos y bolivianos de las zonas aledañas. Juan Carlos volvió a su Santiago del Estero natal, dejó la producción carnivora y se fue a vivir al monte, junto con su hija fea y su esposa.

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